VINO Y LETRAS (XIV): Tras las viñas VI

MARÍA JOSÉ LÓPEZ DE HEREDIA.– Viña Tondonia. Haro, La Rioja (España) “El eterno retorno”.

Volvemos pues a España, ahora a “La tierra del Rioja”. Cabría pensar que se trata de un lugar y de una bodega cuya cercanía y admiración nos hará sospechosos de subjetividad, si no fuera porque la objetividad está garantizada por el unánime reconocimiento universal.

Escuchando a María José López de Heredia por medio de su larga entrevista -hay en este capítulo del libro más que en ningún otro conversación, debido sin duda alguna al magnetismo que emana de su persona y de su forma de expresarse-, se me ocurre que explicar Viña Tondonia sería explicar la vida de una familia, (en la que se integran sus animales de compañía), durante ya cuatro generaciones quienes en un determinado medio (que son la bodega y viñedos), se afanan en comunión para el logro de un fin inmutable y universal (personalidad y calidad de los vinos).

Es este fin el que unifica todas las vidas en una historia coherente. De hecho no creo que María José estuviera muy de acuerdo con el subtítulo del capítulo “El eterno retorno”, por más que este sea justo con cada relevo generacional. En su casa nada se ha ido y ha vuelto, las vidas y los principios enlazan sin solución de continuidad.

“Ahora dicen que vuelven los clásicos, pero yo creo que los clásicos no han estado nunca fuera para que ahora vuelvan.”

La historia familiar empieza con el bisabuelo, Rafael López de Heredia, quien tras diversos avatares de novela barojiana o episodio galdosiano recala en Haro, donde construye en 1877 la bodega, en lo que hoy es el mítico “Barrio de la Estación”. Comienza a hacer vino en 1900, aunque debe “replanta(r), quizá debido a la filoxera, todas las tierras entre 1901 y 1907, por lo que en 2001 algunas cumplieron cien años. Otras tienen setenta porque volvieron a ser atacadas por la filoxera”.

Queda fijada así la base; al patriarca siguen: el abuelo quien vivió muy difíciles momentos bélicos; después el padre, Don Pedro, a quien corresponde el honor de hacer universal el proyecto gracias a una personalidad arrolladora y firmes convicciones que le llevaron a mantenerse en la tradición y huir de modernas tipificaciones que se mostraron efímeras. Lamentablemente no llegó a conocer el libro, que le dedica un emotivo In memoriam,  pues falleció entre las galeradas.

Ahora los tres hermanos Julio César, María José y Mercedes, mantienen la misma inicial “aspiración de conseguir que Viña Tondonia sea una leyenda, y a fuer que lo van consiguiendo.

La familia cuenta para ello con la inestimable e imprescindible ayuda de quienes ya son sus animales de compañía. Infinidad de seres vivos penetraron en la bodega y en su historia por diferentes medios: en la piel de las uvas o alojados en las rugosas comportas de chopo en que se transportan, a través de puertas y ventanas abiertas en ventilaciones cruzadas norte-sur poniente-levante o por esporulación y generación espontánea… Hongos, esporas, levaduras, microorganismos, mohos, ácaros, murciélagos… se han instalado allí y colaboran por generaciones de generaciones codo con codo con la familia humana para dar al vino la categoría de mito.

Un universo complejo:

El vino depende de la vid, de la bodega, de las instalaciones en que se trabaja, de la microflora, de la mano que lo trabaja, (que es lo que marca un estilo)…”

El medio en que esa vida en simbiosis se desarrolla son por tanto los viñedos y la bodega que a ellos se asoma. Viñas de nombres míticos coincidentes con los vinos: Tondonia, Bosconia, Gravonia, Cubillo… Doscientas hectáreas en vaso en los meandros del Ebro, “que ciñe y desciñe” como ya dijimos en otro momento a los mejores vinos del mundo.

Bodega diseñada desde su nacimiento para la “bio-mimesis” esto es la reproducción de la naturaleza viva en un espacio acotado. Ventilación natural y selección natural de flora microbiana muy salvaje que es capaz de fermentar a altas temperaturas…

Ninguna necesidad de añadidos artificiales al proceso.

A ello colabora otro material de enorme vitalidad: la madera. Pero la madera no se impone. Su personalidad debe acomodarse al fin común. Para garantizar su integración en el medio se instala una tonelería en la propia bodega. Es en todo caso “hotel” para la vida y trabajo de los animales de compañía: “los tinos inmensos de robles centenarios están incrustados de vida fósil, de uvas, granos, pepitas, cristales tartáricos y esporas de levaduras. Pocas bodegas tendrán la misma certidumbre acerca del inicio natural de las fermentaciones que Viña Tondonia. Una gran actividad microbiana inviolable da la bienvenida al nuevo mosto para convertirse en caldo.” Tinos llenados más de 10.000 veces. Hay registro de todo ello. Sería descortés no mencionar a la persona que está dando sentido antropológico a toda la documentación. Máxime cuando se trata de Luis Vicente Elías Pastor.

Naturaleza y tiempo sin más se dan la mano para estabilizar los vinos física y microbiológicamente: la “microoxigenación” es de largo recorrido.

“Sus vinos duermen y, a través de las duelas empapadas y ennegrecidas por el ambiente húmedo transpiran. Cuando salgan al mercado, no tendrán las reducciones que sí hay en otros vinos. Allí en los calados, se pasan un mínimo de seis años en esas barricas de diez, veinte o veinticinco años de edad. Sin apenas trasiegos y con ciclos de filtración natural fluyen hacia los tinos de homogeneización, y de ahí, ya en botella, al descanso plácido en nichos de piedra natural sabiéndole ganar el tiempo a la vida de manera lenta, apacible. El moho se convierte en escudo, incrustándose en cada botella como un guardaespaldas particular y creando estalactitas y estalagmitas de polvo prieto”.

Todo ello al servicio del mismo fin: vinos finos, personales, únicos:

Vinos (blancos) sobredorados inmortales, que se ablandan tiernamente allí donde la luz se arraiga, rosados añejos y tozudos que inspiran a talentosos vignerons franceses, y tintos adorados por afamados gourmets de todo el mundo, que idolatran su rigidez fina y tersa.

Bryan me comenta que no cree que haya ninguna bodega en el mundo comparable. Ninguna como esta que a fuerza de mantener sus principios haya sido capaz de crear ese microcosmos en el que los vinos se sienten tan confortables que aguantan crianzas, manteniendo su vigor y plenitud, inconcebibles en cualquier otro medio. Obviamente el exquisito cuidado de las viñas es presupuesto. Más de un centenar de años haciendo las cosas de la misma manera conllevan una personalidad única, personalidad que naturalmente se traslada a los vinos.

4 comentarios
  1. Óscar
    Óscar Dice:

    Preciosa descripción de una bodega incomparable, única, con unos valores muy fuertes y transmitidos de generación en generación. Esta narración lo acerca a lector perfectamente. Cierto lo que dice, en el cementerio, donde tiene una cepa de lámpara que no caben más telarañas, el moho,… El calado de la bodega, está al nivel del Ebro.
    Mis felicitaciones por el artículo

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    • Maria / administradora
      Maria / administradora Dice:

      Oscar muchas gracias por tus palabras. Intentamos que cada artículo sea un regalo para nuestros seguidores, pues lleva su tiempo documentarse y sintetizar lo que consideramos más relevante e interesante. Un abrazo!

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    • Maria / administradora
      Maria / administradora Dice:

      Muchas gracias Marisa. Intentaremos que sigas disfrutando de nuestros artículos para ello seguiremos documentándonos. Si hay algún tema que te interese en concreto, por favor, no dudes en escribirnos.

      Responder

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